Representación política: ¿Crisis o evolución?
Daniel Adame Osorio*
Este estudio tiene por objetivo analizar la representación política y sus implicaciones entre países tanto de América Latina como de Europa, concretamente España. Partimos de la hipótesis de cuestionar si existe una crisis en la representación política o una evolución, y exploramos sus implicaciones e impacto en el fortalecimiento tanto de los partidos como de las instituciones que sirven a la sociedad. Nuestro trabajo aspira a contribuir al convencimiento de la necesidad de crear vínculos programáticos entre los votantes y los partidos, tanto a la hora de conformar los gobiernos, como durante su ejercicio, con objeto de consolidar la democracia, comprendiendo el surgimiento de caudillismos, así como la naturaleza de los brotes dispersos de manifestación colérica de la sociedad, al no canalizarse adecuadamente sus inquietudes en gobiernos de partido responsable.
Pero también planteamos la necesidad que reconozcamos que la sociedad tiene representación política no sólo por las vías tradicionales y que esto también contribuye a consolidar nuestra democracia.
Partamos de la advertencia en torno a que “en la literatura comparada sobre América Latina hay escasez de estudios que analicen específicamente el vínculo a partir del cual los ciudadanos delegan la capacidad de formular decisiones políticas en sus gobernantes, estructurando así, mecanismos de representación” (Juan Pablo Luna p 393).
La realidad prevaleciente, sin embargo, nos permite ver los distintos mecanismos de vinculación entre los votantes con los partidos, los problemas de legitimidad derivados de las deficiencias programáticas y el surgimiento directo de una serie de compromisos de los electores ahora directamente con los candidatos.
El análisis de Juan Pablo Luna plantea que se ha estudiado en varias dimensiones la representación política. Una tiene que ver con la forma como los votos se convierten en escaños –con el respectivo encuadre de las instituciones responsables de ello y sus implicaciones-, otra con la medición de si los partidos cuentan con plataformas programáticas para consolidar gobiernos responsables y cercanos a sus representados. Esto nos habla de los partidos institucionalizados con diferencias programáticas, que derivará en el voto a su diferenciado favor a partir de ellas.
No obstante, es indispensable considerar otros enfoques para describir y explicar diversos tipos de vinculación no programáticos.
Luna agrega que la implementación desde fines de los noventa del Proyecto de Élites Parlamentarias Latino-Americanas de la Universidad de Salamanca, ha sido clave al contribuir a llenar este vacío en los estudios de representación política mediante la generación de bases de datos comparables acerca del posicionamiento programático de los líderes parlamentarios de cada país.
Juan Pablo Luna nos dice que es necesario reconocer que los sistemas latinoamericanos –aunque aparentemente en vías de institucionalización– no poseen los niveles de estructuración típicos de la Europa de la posguerra, aunque Chile constituye una excepción, pues poseía el único sistema de partidos comparable con los de los casos europeos en términos de la estructuración de clivajes sociales y el nivel de penetración social de los aparatos partidarios.
El análisis de los orígenes y la evolución de los sistemas de partidos presentes en la región hasta 1990, contribuye a explicar su debilidad histórica. No obstante, los cambios que han tenido lugar en esos sistemas sugieren enfáticamente que la situación de principios de los 1990 correspondía o bien a un equilibrio frágil o al fin de una era.
El volumen editado en 1995 por Mainwaring y Scully constituye el hito más trascendente en esta literatura. Los editores discuten teóricamente, operacionalizan y miden el concepto de “institucionalización de los sistemas de partidos latinoamericanos”.
Se desarrollaron una serie de indicadores empíricos relativos a cada una de las cuatro dimensiones de institucionalización consideradas como relevantes: la estabilidad de los patrones de competencia entre partidos medidos a través de la volatilidad electoral; la presencia de vínculos estables entre los partidos, los ciudadanos y los intereses sociales organizados operacionalizada empíricamente a través de la observación de patrones de voto más o menos consistentes entre elecciones legislativas y presidenciales; la legitimidad de los partidos y de los procesos de elección democrática como los instrumentos pertinentes en la conformación de un gobierno observada a través del juicio históricamente informado de los propios autores; y, también operacionalizada con base en esos juicios, la presencia de organizaciones partidarias relativamente asentadas.
Es posible plantear que niveles similares de institucionalización pueden obtenerse con base en vínculos muy diferentes entre los partidos y la ciudadanía (por ejemplo sistemas clientelares contra sistemas donde predominan vínculos programáticos), con consecuencias diversas respecto al tipo de representación predominante y eventualmente, a la evolución futura de cada sistema.
El trabajo de Mainwaring y Scully contribuye a detectar grandes paradojas, pues los sistemas descritos como “institucionalizados” ahora están en crisis (Venezuela, Argentina y Colombia) llegando en algunos casos al colapso, mientras sistemas sumamente “incipientes” parecen haber ganado niveles mayores de estructuración programática (por ejemplo Brasil). Pero también se dan algunos casos clasificados como “incipientes” que parecen haber retrocedido aún más en términos de su institucionalización con el declive de los partidos “tradicionales” (Costa Rica e incluso Chile).
Ahora bien, cuando planteamos la hipótesis de si la representación política está en crisis o atraviesa por una evolución, Juan Pablo Luna nos refiere, con base en diversos autores, que estaría dada más por un problema de insatisfacción con la “oferta” que por una virtual incapacidad de la “demanda” de estructurar preferencias programáticas de forma consistente.
En las nuevas democracias, una característica son los bajos niveles de institucionalidad. En la crisis o evolución de la representatividad, hay que tener en cuenta que en América Latina predominan las maquinarias políticas y no las instituciones, lo que en muchas ocasiones lleva al surgimiento de liderazgos carismáticos desvinculados de toda institucionalidad.
Por eso también es indispensable considerar que las ideologías ayudan a diferenciar la competencia electoral y la vinculación del ciudadano con cada partido, porque suponen la existencia de estructuras programáticas y la organización de los partidos políticos que eventualmente desembocarían en la generación de un gobierno de partido responsable.
También debemos considerar que de 1982 a 1992, en las transiciones de diversos países se pasó de partidos de masa a partidos profesionalmente electorales, recurriendo al marketing político, lo que llevó al reemplazo de los partidos tradicionales por otros más funcionales. Esta crisis y/o evolución favoreció a partidos y gobiernos de centro-derecha, pero abrió la pauta para que los de centro izquierda pudieran crecer, dada la clara diferenciación tanto ideológica como de representación de los intereses sociales, los primeros con planes de austeridad, los segundos oponiéndose a ella. También puede generar liderazgos personales aprovechando el descontento, como escenario emergente anti gobierno y a los partidos políticos tradicionales.
Los estudios realizados tanto por Juan Pablo Luna como por los especialistas por él analizados refieren que una de las causas de la baja institucionalización de los partidos de América Latina se debe al frecuente cambio de sistema de partidos, lo que impide la vinculación programática con la sociedad. Así, tenemos una alta volatilidad electoral por la falta de identificación de los electores con los partidos.
Es posible concluir que esa debilidad permanente de las democracias en América Latina para vincular partidos y ciudadanos es un impedimento para generar gobiernos de partido responsable. Si bien se da el resurgimiento de la izquierda, las condiciones de debilidad estructural e institucional no permiten prever la consolidación de la representación política, entendida como el vínculo entre representantes y representados en un orden programático y constante.
Para una mayor comprensión de si la representación política está en crisis o sólo está evolucionando, recurrimos al trabajo emprendido por Manuel Alcántara Sáez, con su análisis de los partidos políticos en América Latina.
Alcántara considera que la institucionalización de las elecciones ha sido altamente positiva, a pesar de las crisis, la corrupción y otros factores, pero reconoce también que las redes de representación política han decaído y que el gran reto es permanecer en el tiempo. Si bien han aparecido nuevos vínculos entre sociedad y actores políticos, esto no ha sustituido a los partidos. Éstos, sin embargo, deben reconocer que el repudio ciudadano hacia ellos obedece a que los evalúa negativamente.
Al abordar el problema de la institucionalización de los partidos políticos, considera que a la par de que los ciudadanos los hacen depositarios de la búsqueda de soluciones a los problemas, también los hacen responsables de ellos, lo que deriva en una crisis de representación política, por su corrupción, por la asociación de otros intereses, su ineficacia y des legitimidad.
El problema es distinguir cuando se convierten en instituciones o en máquinas. Los primeros presuponen su desvinculación de los liderazgos personales, apostando por un programa, ideología y estructuración con criterios de racionalidad y eficacia, especialmente en la elección de sus líderes y sus relaciones tanto con sus militantes como con la sociedad. Las segundas son instrumentos temporales de los caudillos. Y esta es la disyuntiva que enfrenta el panorama Latinoamericano.
Es así como Alcántara percibe que las crisis de los partidos también pueden interpretarse como evolución porque en los últimos años y de cara a este nuevo siglo han sabido en muchos casos modernizarse y adaptar sus estrategias programáticas y organizativas. Porque a pesar de la fragmentación, conservan elementos de viabilidad mínima. En la búsqueda de la rentabilidad electoral han surgido Frentes, lo mismo regionales que producto de escisiones de otros partidos. Otra de las características de los partidos latinoamericanos es su origen caudillista, el desarrollo de relaciones clientelares y patrimonialistas, lo mismo que su carácter anti sistémico al momento de nacer.
“Los partidos han ido evolucionando de forma muy diferente de manera que, conforme transcurre el tiempo, el peso de su origen se va diluyendo y su impacto en su realidad contemporánea tiene menor sentido. Las adaptaciones a los cambios registrados en el entorno en el que se encuentran y las dinámicas propias derivadas de las transformaciones en su liderazgo y de las distintas opciones tomadas con relación a sus estrategias políticas, sus ofertas electorales y sus reacomodos organizativos tienen efectos de hondo calado en el recuerdo de su origen”, (Manuel Alcántara Sáez, p 20).
Para medir el grado de institucionalización de los partidos, hay que analizar, de acuerdo con Alcántara, factores como su programa, que constituye su identidad. En América Latina, el Estado populista diluyó el contenido ideológico sin lugar para otras visiones, convirtiendo a los partidos en comparsas. En los 80s, el neoliberalismo, considera, a nuestro juicio equivocadamente, que terminó con el populismo e introdujo la competencia política y trajo nuevas contiendas ideológicas, lo cual es parcialmente cierto.
Otro de los elementos para medir a los partidos y su institucionalización, se deriva de la organización. Estructura administrativa y de servicios, recursos humanos. A partir de los 80s, se implantaron las reglas de la poliarquía, considera Alcántara, con un mayor peso para la competencia y el rendimiento electoral y el papel de los medios de comunicación, entre otros. La organización de los partidos en América Latina es diversa de país en país.
Sin embargo, a pesar de las “bondades” que Alcántara considera el neoliberalismo trajo a Latinoamérica para la competencia político-electoral, la estabilidad de los sistemas de partidos no muestra homogeneidad, como él mismo reconoce. Nuevamente su supervivencia ha dependido de su capacidad de adaptación, de su evolución después de cada crisis tanto interna como derivada de las condiciones contextuales de cada nación.
Por lo que hace a la fragmentación de los partidos, se trata de un elemento importante a considerar, porque impacta en las posibilidades de que un gobierno obtenga mayoría sólida en el Legislativo y cuente con su apoyo para aprobar políticas públicas y reformas de fondo. La tendencia es que a pesar de la alta fragmentación de los partidos, el sistema electoral contribuye a que se modere y que sólo unos cuantos partidos políticos sean los importantes, como planteaba Giovanni Sartori.
En cuanto a la competencia partidista, lo mismo que su nivel de vinculación con el electorado, también aborda la importancia de la volatilidad agregada, porque determina la conversión de votos en escaños. Consiste en el cambio de preferencia del electorado de un partido a otro. De ser alta, tiende a la dispersión; lo contrario indica mayor estabilidad y consolidación del sistema de partidos. Los cambios en las preferencias obedecen a las modificaciones de la oferta partidista, la extensión en el número de votantes por el crecimiento de la población y los derechos políticos de los jóvenes. Otro de los factores es el abstencionismo, lo mismo que el comportamiento del voto en las regiones de un país.
En cuanto a la polarización ideológica de los sistemas de partidos en América Latina, el espectro izquierda-derecha utilizado en Europa también aplica aquí, con las particularidades de cada país. Aunque no son las únicas, bajo esa conceptualización la gente expresa sus preferencias y esto permite, además de la identidad para los partidos, la cercanía de sus simpatizantes y votantes, también facilita prever su desplazamiento. La fragmentación y polarización afectan la gobernabilidad y estabilidad democrática. A partir de ello, se pueden definir los espacios que ocupan los partidos y los que quedan vacíos, así como la presencia de fuerzas radicales. Con base en ello, se da la clasificación de los sistemas de partidos en Latinoamérica, con fragmentación media en términos generales.
Los retos que aguardan a los partidos políticos en este nuevo siglo, identificados por Alcántara con base en la literatura en la materia establece cuatro grupos de problemas: la financiación de la política, derivada de los procesos de democratización; la debilidad en las herramientas de transparencia y de sanción para el financiamiento ilícito, la democracia interna de los partidos y la capacidad de los candidatos para no provocar su fraccionamiento, así como la profesionalización de los políticos, y la madurez de la política electoral, en sistemas en los que el presidencialismo domina la arena política.
Como hemos visto, el análisis de Alcántara como el de Juan Pablo Luna oscila entre crisis de representación política, pero también de evolución. Aunque a simple vista en ambos estudios el desencanto de la sociedad es por la falta de identificación e ineficacia de los partidos, tendiéndose a una volatilidad media en América Latina, con el riesgo de caudillos lo mismo que de movimientos radicales, no se puede considerar que la incipiente estabilidad que han tenido las democracias pueda garantizar su consolidación, particularmente cuando el contexto de crisis e insatisfacción social está creciendo.
Ahora analicemos el caso europeo, concretamente en España, para explorar otras concepciones y formas de representación política que nos permitan definir si existe una crisis o una evolución en ella.
El primer encuadre tiene que ver con la importancia y el peso de la participación ciudadana, la participación política, no sólo para que la sociedad exprese sus demandas, sino para moldear el comportamiento y orientación tanto de los partidos, como de los gobiernos.
A pesar de que no se trata de algo nuevo, en términos generales está más anclado en Europa y particularmente en España que la participación política no se circunscribe solamente a la emisión de sufragios para la selección de representantes populares o gobernantes. “Ahora, el repertorio de acción disponible para los ciudadanos es explícitamente multidimensional y está también vinculado a canales participativos no electorales, incluyendo los esfuerzos para influir en las «acciones» llevadas a cabo por los dirigentes elegidos”, (Mariano Torcal, José Ramón Montero, Jan Teorell, p10).
Así como se consideraba que la participación ciudadana se circunscribía sólo a las elecciones, se pensaba también que cualquier acto ciudadano no estaba dirigido a influir en las decisiones políticas, a los gobernantes o las élites políticas, sino al sector privado, bajo la premisa de que el Estado o los políticos no tienen el monopolio de la responsabilidad.
Buscan, entonces, dirigir sus demandas, sus acciones, a las organizaciones no gubernamentales, como los boicots a la hora de comprar o no determinado artículo, expresando así su punto de vista. Esto implica que toda participación política conlleva acción, que se trata de la sociedad y no de gente que pertenece a las élites, tiene por objetivo consciente y definido influir, plantear demandas y, lo más importante, la voluntad de repercutir en las decisiones tomadas por otros, que no necesariamente son representantes populares o gobernantes. Con ello se obtienen resultados políticos.
Esta concepción de la participación política encuadra más ampliamente con la teoría democrática, aunque no propiamente la participativa, porque esto implica ya una forma de participación directa en la toma de decisiones de los actores políticos, las élites o los gobiernos.
El tipo de participación política de los ciudadanos al que Torcal se refiere es a la influencia indirecta sobre las decisiones tomadas por otros, las que antaño denominaron “no convencionales”. En su estudio, nos refiere en torno a la participación política que en Europa hay variaciones considerables entre países e incluso en el territorio español, especialmente en la comunidad autónoma de Madrid. Participar en elecciones, en todos los casos, es la actividad más común, mientras que la menos frecuente son las protestas ilegales. Tampoco son frecuentes las huelgas. Si bien el abstencionismo como forma de protesta es algo más común, el intervalo de tiempo entre elecciones es mayor que un conflicto coyuntural.
En Europa y España, la participación política más frecuente tiene que ver con las donaciones económicas, la firma de peticiones, los boicots comerciales por razones políticas, éticas o medioambientales.
En el caso español, sin embargo, la participación política que no tiene que ver con elecciones es escasa, por debajo de los países que tienen democracias participativas, siempre por debajo de la media con relación a Europa, con excepción de Portugal, en donde los partidos pretenden impedir toda forma de participación ciudadana que no sea a través de ellos.
En contraste, junto con la antigua Alemania Oriental y Moldavia, España va a la cabeza en la participación en manifestaciones y huelgas, pero no tiene casi ninguna cuando hablamos de su participación en los partidos políticos. Ni siquiera el uso de la internet los ha motivado a la expresión de sus preferencias políticas o las actividades de esa índole, pero sí para la organización que por otras vías incida en la resolución de otros problemas.
Ya como país democrático, si bien la participación política española en actividades no convencionales ha aumentado un poco, en lo que se refiere a las elecciones legislativas se mantienen en márgenes elevados, en tanto que las protestas han crecido en todas sus manifestaciones, lo cual no quiere decir que su participación en la política o en los partidos haya aumentado sustancialmente, pues continúan en niveles muy bajos.
En cuanto a las comunidades autónomas, sólo Madrid y en menor proporción Cataluña y el País Vasco reflejan un mayor comportamiento de participación política. En el caso del primero, tal vez se deba a que es la capital.
Es importante dilucidar si el comportamiento político puede conjuntarse como niveles de participación coherente, coordinado y con objetivos. La primera tiene que ver con el canal de expresión; la segunda con el mecanismo de influencia. Si bien las elecciones son los acontecimientos dominantes en la representación, lo mismo sucede en las acciones que ocurren en tiempos no electorales, como cuando intentan influir en los partidos políticos, los legisladores o en los gobernantes. Pero también pueden hacerlo por su propia cuenta.
En el caso de las elecciones o los canales institucionales, implícitamente se aceptan las reglas, pero en el segundo pueden formar parte de las estrategias de protesta contestataria. En este caso, la participación se refleja al votar por un partido o trabajar para él; en el segundo, se trata de mecanismos de participación personal.
La tendencia general tanto en Europa como en España es a una mayor participación en los asuntos políticos, no necesariamente por las vías institucionales conocidas, con el contacto con los partidos políticos o las instancias oficiales. Los activistas no sólo participan en política, sino en otros ámbitos de la vida social.
De acuerdo con Torcal, la mayor participación política de los ciudadanos, tanto en la vida de los partidos y los gobiernos como en las diferentes problemáticas sociales, puede deberse a que existen mayores tiempos y niveles de democracia, así como al desarrollo económico. Pero la constante demuestra que los activistas no necesariamente recurren al voto, a los partidos o al gobierno cuando deciden participar. Sin embargo, el mayor o menor grado de participación no implica que no estemos hablando de democracia.
Para el estudio de la representación política seleccionamos estos tres interesantes textos porque nos permiten ver con mayor integralidad el problema que plantea por su origen e implicaciones.
Después de analizados casos tanto de América Latina como de Europa, concretamente en España, podemos inferir que, efectivamente, la representación política atraviesa por una crisis, pero al mismo tiempo por una evolución.
Las crisis son derivadas por la falta de representación que la sociedad encuentra en los partidos, por democracias e instituciones endebles, por el surgimiento de caudillos, como ocurre en Latinoamérica. Pero también hemos visto que este mismo fenómeno –el del descontento con los partidos, gobernantes e instituciones- ocurre en Europa, en España en especial, aunque no necesariamente por las mismas razones.
Los partidos deben, en ambos casos, el europeo como el de América Latina, modernizarse si desean continuar siendo el instrumento de canalización de las inquietudes sociales y, más aún, construir gobiernos de partido responsable.
Podemos señalar también que, si bien en ambos casos la constante es un panorama de crisis económica en Europa y Latinoamérica, una mayor solidez y duradera democracia en Europa ha generado nuevas formas de participación y representación política que no se circunscribe solamente al ámbito electoral y/o de gobierno, sino en general a atender y enfrentar problemáticas de distinta índole, pues existen formas de participación política no tradicionales más acabadas.
En contraste, en el caso de América Latina, las democracias incipientes, con instituciones frágiles, con partidos que constituyen maquinarias electorales en su mayoría, donde la participación ciudadana es más de protesta airada que estructurada, los riesgos son mayores. Van desde el afianzamiento del caudillo por la incipiente vía democrática al poder, hasta la anarquía por las revueltas sociales y la permanente lucha por el poder.
Es naturalmente deseable que la vía institucional constituya el mejor de los instrumentos no sólo para resolver las problemáticas de las naciones, porque esto tiende a fortalecer a los gobiernos, los partidos y las democracias, pero también debemos entender que todo ello está al servicio, para el beneficio de la sociedad y no sólo de las élites.
Es indispensable entender que partidos, representantes populares, gobernantes e instituciones no tienen el monopolio de la construcción de la democracia, y más aún, que cuando fallan, son deficientes o corruptos, en todo momento la sociedad tiene el derecho de buscar los medios, los instrumentos y las vías para resolver sus problemas.
Sin la sociedad, partidos, representantes populares, gobernantes e instituciones no pueden construir gobiernos sólidos y eficaces.
En el caso de Latinoamérica, es deseable que la sociedad no sólo participe programáticamente en lo electoral vinculándose con los partidos, sino en general con toda la problemática, sin recurrir a la beligerancia.
En el caso de Europa, tanto partidos como gobernantes, ante una sociedad más participativa y organizada, deben modernizarse y responder mejor a sus necesidades, so pena de ser rebasados.
En todo caso, las crisis de los partidos, hasta ahora, han demostrado que también atraviesan por un proceso de evolución que debe tender a recuperar la capacidad de representación de la sociedad.
De eso dependen los gobiernos de partido responsable -a pesar de las alternancias-, sean eficaces y, por sobre todo, democráticos.
1.- Juan Pablo Luna, Política y Gobierno.
- Manuel Alcántara Sáez, Partidos Políticos en América Latina, Precisiones conceptuales, estado actual y retos futuros.
3.- Mariano Torcal, José Ramón Montero, Jan Teorell, “La Participación política en España: modos y niveles en perspectiva comparada”.
*Politólogo, periodista, académico.
Director Editorial: escenariopolitico.mx
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