Alberto Ramírez Martinell*
Investigador del CIIES – Universidad Veracruzana

En una reflexión anterior sugerí la construcción de un plan general para la hibridación de la educación superior en el que se contemplara la combinación de las modalidades educativas presencial y no presencial no solamente para dar certeza a las comunidades  académicas ante un latente regreso a las aulas sino para sentar una base para la actualización de la manera de operar de las instituciones de educación superior (https://www.educacionfutura.org/plan-general-para-la-hibridacion-de-la-educacion-superior/).

En esta entrega ahondaré en la propuesta de hibridación de la docencia, función de gran alcance e impacto para las comunidades académicas, distinguiendo una serie de beneficios y actividades que son sensibles a cada una de las modalidades educativas consideradas.

Con la premisa de que la docencia superior no se limita al discurso elaborado de los docentes, a la asignación de lecturas meticulosamente seleccionadas y a la resolución experta de situaciones problemáticas que bien pueden ser trasladadas al espacio virtual; debemos reconocer que a través de esta función sustantiva de la educación superior, los docentes en sus aulas transmiten actitudes, valoraciones y formas de ver el mundo, que resultan ser aspectos culturales necesarios para forjar a los estudiantes en cuestiones disciplinarias.

La presencia del docente orienta el eidos, hexis, ethos y aisthesis de los estudiantes, dimensiones bourdieunas que refieren, respectivamente, al sistema de estructuras cognitivas propias de una disciplina dada para organizar las visiones del mundo; las posturas, gestos y maneras de ser del cuerpo y para orientar al conjunto de valoraciones y disposiciones morales y estéticas propias del campo disciplinario de adscripción. El estudiante que al concluir su bachillerato ingresa a una carrera del área de ciencias de la salud, por ejemplo, con el tiempo adquiere no solamente conocimientos de medicina, sino que eventualmente se vestirá como doctor, percibirá a su entorno con los ojos de un profesional de la salud, escribirá como tal y eventualmente su cuerpo adquirirá la postura propia de un profesionista de la medicina.
En la modalidad presencial los docentes se cercioran de que los estudiantes hayan comprendido la lección, ejecutan ritos de docencia y de corrección de errores, además de transferir, a través de sus actos y conductas, la cultura propia del campo disciplinario. En la mayoría de las veces, las sesiones prácticas resultan intransferibles a la virtualidad, ya que el acompañamiento del docente, el entorno de la experiencia práctica, su contexto, maquinaria, equipamiento y acceso a materiales son parte de un entorno de representación física insustituible.

Por su parte, en la modalidad virtual de interacción sincrónica, los docentes pueden compartir con estudiantes y colegas sus discursos a través de sistemas de videoconferencias de duración limitada, enviar y recibir mensajes de voz o texto; y colaborar en la construcción de documentos compartidos. Asincrónicamente, la búsqueda de información en bibliotecas virtuales y bases de datos especializadas, la asignación de lecturas guiadas, el trabajo en plataformas digitales, la revisión de objetos de aprendizaje, el empleo de apps o software especializado para el procesamiento y análisis de datos, la producción multimedia y la redacción de textos, ensayos, reportes o tesis son recursos y actividades que el docente asigna para complementar la transmisión del discurso sincrónico y que además se puede enriquecer con actividades complementarias como la internacionalización en casa, la revisión de cursos abiertos masivos y en línea o MOOC o la conexión a conferencias de relevancia temática.

Adicionalmente, el estudio en la educación superior requiere de un trabajo fuera del aula y fuer de línea u offline en los que los estudiantes, desde sus casas, estudios o bibliotecas locales, estudian, realizan sus deberes, actividades de reflexión, lecturas, preparación de discursos, análisis de datos o ensayan sus prácticas performativas.

La docencia híbrida en este nivel educativo es mucho más que el e-reading con retroalimentación presencial o la combinación del discurso áulico con el trabajo en foros virtuales de discusión. Para hibridar esta función sustantiva de la educación superior debemos partir de cuatro premisas que nos permite dosificar el componente presencial con las actividades en línea o autónomas. Las premisas son:

1) La enseñanza práctica es una actividad propia del entorno presencial, aun cuando se pueda enriquecer por tecnologías digitales.
2) Lo experimental, el trabajo práctico profesional y la actuación en escenarios, talleres, laboratorios o espacios con equipamiento experto deben darse en los lugares adecuados; y de requerirse un regreso abrupto a las aulas, este tipo de actividad tendría que ser la que encabezara la lista de tareas por realizar.
3) Es necesario un sistema de corrección y de acompañamiento de estudiantes que es usualmente posible gracias a la actividad de geografía compartida.
4) Los ritos presenciales propios de la interacción que se da en el establecimiento escolar para la transferencia de la cultura disciplinaria son fundamentales para la formación profesional de los estudiantes de la educación superior.

Por su parte, el componente no presencial del modelo híbrido debe considerar como entorno de trabajo tanto al virtual como al del trabajo autónomo de los estudiantes, sea éste mediado por TIC o no.

En la virtualidad, el docente se encargará de presentar la teoría, el discurso temático o la asignación de deberes, ayudado por videoconferencias, videos asincrónicos, asignación de lecturas, consulta en bibliotecas virtuales, redacción individual o colaborativa de reportes, trabajo en la plataforma, revisión de presentaciones electrónicas, recursos interactivos o con servicios de web, apps o simuladores.

En la educación superior de financiamiento público, lo asincrónico resulta más democrático y accesible para los estudiantes. Por lo que resulta importante considerarlo como componente principal de lo virtual y en caso de recurrir a la videoconferencia como modo de interacción de la clase, vale la pena considerar una duración no mayor a 50 minutos para los discursos docentes. Esto servirá para organizar, de ser necesario, la rotación de la asistencia al aula, el acceso escalonado al recurso, su repetición o la generación de una versión asincrónica de la clase que sea empática, más manejable y que además considere que el trabajo prolongado frente a la computadora puede ser desgastante.

Con estas consideraciones, las IES podrán diseñar modelos de interacción híbrida en los que los estudiantes se beneficien tanto del valor de lo presencial como de la flexibilidad de lo virtual.

Alberto Ramírez Martinell, doctor en investigación educativa, es Investigador del Centro de Investigación e Innovación en Educación Superior de la Universidad Veracruzana | @armartinell