La sucesión rectoral de la Universidad Veracruzana en 2021
Miguel Casillas
Conforme se acerca la convocatoria de la Junta de Gobierno de la Universidad Veracruzana para elegir a quien habrá de dirigir la institución los próximos cuatro años, las fuerzas e intereses en disputa se empiezan a decantar.
Es una situación muy peculiar, estamos frente a un contexto donde todo está cambiando de modo acelerado incluido el régimen político; donde la producción y la distribución del conocimiento se intensifican y cobran mayor relevancia social; en el que se diversifican las características sociales, culturales y tecnológicas de los estudiantes que recibimos; un contexto en el que han mejorado las instituciones de educación con las que competimos por tener el mejor prestigio; un momento en que se ha intensificado el uso de las TIC como respuesta a la pandemia del COVID 19.
Al turbio escenario de la campaña electoral de este año para renovar diputaciones, gobernaturas y muchas alcaldías que contamina desde el campo político los procesos universitarios, hay que añadir la profunda desmovilización producto de las medidas de contención a la epidemia del COVID 19: la sucesión rectoral en la UV estará marcada por este contexto.
Además hay que considerar que un nuevo entramado de políticas configura el actual escenario de la educación superior, con un nuevo Plan sectorial de educación, una renovada Ley de educación superior y una nueva legislación de Ciencia y tecnología.
A pesar de los intentos fallidos por imponer una nueva Ley orgánica, en el plano interno las reglas del juego están delimitadas de manera inequívoca por la actual legislación, principalmente por la Ley Orgánica y la Ley de autonomía vigentes.
Luego de 8 años de degradación del rumbo académico institucional, aplastados por la abulia y la pachorra, bajo un liderazgo incapaz de movilizar activamente a la comunidad hacia un horizonte con sentido académico, los retos de esta sucesión rectoral representan un enorme desafío, pues no sólo hay que reconstruir lo deteriorado, sino colocar a la Universidad de nuevo en la senda de la transformación y renovación de su proyecto académico; necesitamos generar una nueva mística que favorezca la movilización de los universitarios en torno al fortalecimiento académico de la Institución.
Paulatinamente se comienzan a estructurar tres grandes fuerzas en la competencia por la rectoría de la Universidad.
La primera es muy poderosa porque deriva del poder burocrático. En efecto, en la Universidad domina un grupo de interés que lleva ocupando altas posiciones burocrático políticas desde hace muchísimos años, se trata de un grupo de funcionarios y funcionarias que llevan saltando de una posición a otra, cobrando jugosas compensaciones y disfrutando de prestaciones extraordinarias como choferes, autos y gastos de representación. Además de las prebendas materiales, este grupo disfruta de un poder politico y de una amplia visibilidad pública que se usa como un capital social. Es un grupo que -carente de referentes académicos sólidos- defiende sus intereses mundanos y sus condiciones de privilegio. En este entorno son fuertes el compadrazgo y el amiguismo; no son infrecuentes los vínculos familiares y el nepotismo. Sin embargo, este grupo de interés se encuentra agotado. Lo tuvieron todo, pero fueron incapaces de formar una nueva generación de académicos para que tomaran el relevo. Sus súbditos carecen de las credenciales académicas de la alta elite burocrática y desconocen el proceder académico.
La segunda fuerza deriva del poder político, tanto de los viejos partidos convencionales, como de esa confusa configuración que es el partido en el poder. Se trata de fuerzas exógenas a la UV y distantes del trabajo académico que consideran a la institución como parte de un tablero político mayor, el propio de la disputa político-partidaria.
Finalmente, la tercera fuerza es la académica, la única legítima para conducir a la universidad, la única que comprende el valor de la ciencia y el conocimiento, la única capaz de reconstruir un proyecto académico institucional.
Las dos primeras fuerzas carecen de cuadros académicos sólidos, los aspirantes que las integran no tienen ni una trayectoria ni un reconocimiento académicos, muchos han obtenido sus diplomas en instituciones de bajo prestigio y sin someterse a procesos rigurosos de evaluación, carecen de experiencia docente, en tutorías, en investigación o creación artística, no publican artículos o libros académicos, no saben lo que es dirigir una tesis. Ausentes de la vida cotidiana escolar no participan en la discusión y renovación de los planes y programas de estudio, en los comités editoriales o en la curaduría; esa ausencia se expresa en desconocimiento de la comunidad y sus problemas.
Por el contrario, la fuerza académica tiene posibilidades de presentar en esta coyuntura a muy destacados profesores, con amplia legitimidad y reconocimiento, con experiencia en la conducción académica. Sin embargo, esta fuerza se encuentra fragmentada y no corresponde a un interés corporativo, por lo que es necesario conformar una gran coalición académica, que incluya por supuesto a estudiantes y trabajadores, y cuya lógica y objetivo principal sea la renovación del proyecto académico institucional.
Desde todos los frentes, es hora de sumar. Dada la grave situación de la Universidad es necesario que todos los académicos pongamos por delante la defensa de sus funciones sustantivas: la docencia, la investigación, y la difusión cultural y la extensión. La calidad y la excelencia no son una aspiración vacía, sino un referente que sólo puede encabezar un académico con sensibilidad y respaldo de la comunidad.
Después de 8 años de anomia en la conducción institucional debemos detener el deterioro y reencauzar el rumbo de la Universidad. La tarea es enorme pero no imposible, para ello debemos unificar a la fuerza académica en torno a los aspirantes académicamente más fuertes y mejor posicionados entre la comunidad para que la Junta de Gobierno pueda mantenerse al margen de las presiones políticas y de la burocracia central y decidir con libertad, poniendo por delante los valores y principios académicos propios de este tipo de instituciones.
La defensa del proyecto académico de la institución exige que sumemos fuerzas; pienso que el Dr. Jorge Manzo no sólo es un académico de primer nivel, sino ha venido construyendo un proyecto con base en la consulta a la comunidad e integrando una coalición de académicos, trabajadores y estudiantes que representa un promisorio horizonte para la Universidad Veracruzana.