#Odian la oposición
Dr. Erick Alfonso Galán Castro
Al leer las notas de opinión de John Ackerman, “Huachicoleo científico” (Proceso, 17 de febrero), y la de Gibrán Ramírez, “Odian la democracia” (Milenio, 18 de febrero), me parece ver en ambas elementos transversales dentro del armado de sus discursos. Los dos, analistas políticos y académicos que han hecho manifiesto su apoyo al gobierno morenista, son constructores y consolidadores de una narrativa que ha sido la constante en la respuesta hacia las críticas generadas hacia las políticas de la administración López Obrador: un estado previo de cosas donde el neoliberalismo permitió el saqueo y la falta de oportunidades, el enaltecimiento de una política bien hecha y emanada de los excluídos (los “no privilegiados”), y la mala leche (el odio, la guerra sucia) de quienes cuestionan la cruzada moral del presidente contra la corrupción.
Al leer las notas de opinión de John Ackerman, “Huachicoleo científico” (Proceso, 17 de febrero), y la de Gibrán Ramírez, “Odian la democracia” (Milenio, 18 de febrero), me parece ver en ambas elementos transversales dentro del armado de sus discursos. Los dos, analistas políticos y académicos que han hecho manifiesto su apoyo al gobierno morenista, son constructores y consolidadores de una narrativa que ha sido la constante en la respuesta hacia las críticas generadas hacia las políticas de la administración López Obrador: un estado previo de cosas donde el neoliberalismo permitió el saqueo y la falta de oportunidades, el enaltecimiento de una política bien hecha y emanada de los excluídos (los “no privilegiados”), y la mala leche (el odio, la guerra sucia) de quienes cuestionan la cruzada moral del presidente contra la corrupción.
Gibrán Ramírez, por su parte, nos habla de un pasado desigual, excluyente, donde los ecos del pasado colonial se hacen presentes a partir de la discriminación y el clasismo (la canalla, la perrada, se hace presente cuando se critica la visibilidad de las voces que no alcanzan la dignidad de las palabras de los de siempre. No refiere textualmente a un pasado neoliberal por su nombre, como sí lo hace Ackerman, pero sí lo hace presente por sus efectos de desigualdad y exclusión. El aplauso lo llevan, obviamente, los que han logrado el acceso a la vida pública a pesar de dichas trabas históricas; Davis Alexir Ledesma –hasta hace unos días, subdirector de comunicación e información estratégica de CONACyT-, “El Mijis”, y él mismo, como parte de un sector marginado, son comparados con Yalitza Aparicio, candidata al Oscar a mejor actriz por Roma, y son juzgados por un sector que odia la democracia (desde el actor Sergio Goyri hasta la analista Denisse Dresser), quienes pueden citar autores clásicos para dar cierto postín a su repulsión al pueblo, para esconder la realidad catedralicia de que muchos de quienes se dijeron racionales, deliberativos, pluralistas. Los críticos del acceso a puestos públicos de subdirección de CONACyT, en ese sentido –la república de los doctores, dice Ramírez citando a Ariel Rodríguez Kuri-, no soportan la posibilidad de que los excluidos tomen posiciones que, aparentemente, les pertenecían a ellos en ese pasado oscuro.
John Ackerman es mucho menos sutil, y su crítica es aún más ácida. Define ese tiempo anterior como neoliberal, donde se permitió el saqueo al permitir apoyos a empresas privadas mediante el Programa de Estímulos a la Innovación (PEI), la concesión de becas a partir de Fondos Mixtos (FOMIX), la contratación de despachos externos para hacer actividades de carácter sustantivo como dictámenes académicos y difusión de actividades, e incluso critica bajo esta misma lógica la existencia del Foro Consultivo Científico y Tecnológico, órgano inicialmente constituido como un mecanismo institucional de consulta para evitar la toma unilateral de decisiones en materia de políticas de ciencia, tecnología e innovación (CTI), como innecesario, infiltrado por intereses privados y generador de burocracia innecesaria y costosa. En contraparte, la labor de Elena Álvarez Buylla y de la Senadora Ana Lilia Rivera, al proponer la iniciativa a la reforma de Ley de Ciencia y Tecnología, es positiva porque derivaría en una transformación de raíz en el Conacyt, que va de fortalecer la rectoría del Estado en la definición de políticas de CTI, a dar prioridad a la participación de la sociedad civil por encima de los intereses privados (nota al margen: si la rectoría de las decisiones las tendrá el Estado, ¿Para qué quiere Ackerman entonces a “la sociedad civil” metida en esto?). Finalmente, la evidente mención del huachicoleo científico que da nombre a su artículo, la guerra sucia que denuncia contra la directora de CONACyT, y el hecho de mencionar la crítica como un ladrar con tanta furia desde el neoliberalismo científico, hace ecos a la eventual mención de AMLO de la existencia de una mafia de la ciencia.
En su afán por combatir en ancien régime neoliberal, creo que Ackerman y Ramírez han migrado a posiciones schmittianas del Estado y lo político, y sustentan con ellas al nuevo gobierno. Es decir, para Carl Schmitt, como para los analistas que a su vez analizo, el problema del liberalismo es que había vuelto porosas las diferencias entre el Estado y la sociedad, quitándole al Estado la primacía que debe tener sobre lo político. Del mismo modo, califican la oposición al gobierno actual en términos de una tensión amigo-enemigo, donde la crítica al poder del Estado es una agresión a la voluntad del pueblo; por lo cual, es justificable la defensa del Estado total ante sus críticos en la medida que son enemigos del Estado. El peligro de estas posiciones es que, al igual que Schmitt, estos posicionamientos sustentan una visión totalitaria de lo político, fundamentada en la noción de que el Estado es una expresión política de la voluntad del pueblo. En suma, sus visiones en conjunto le dan legitimidad intelectual a expresiones presidenciales negativas en un sentido valorativo, y al rechazo tajante a la opinión de expertos en temas de Derechos Humanos, como se ha dado en el caso de la discusión sobre la pertinencia de la Guardia Nacional. Utilizando el título de la columna de Ramírez, ambos autores odian la oposición.