Antonio Gramsci: construir poder antes del poder

Miro a Gramsci cara a cara. Lo observo, lo admiro.

De cuerpo frágil, pero de inteligencia inigualable, la vigencia de sus ideas alcanza nuestros días.

En un tiempo donde la izquierda ocupa el gobierno formal, pero aún no logra impulsar una transformación real del poder —y mucho menos, una transformación cultural—, el legado de Gramsci nos recuerda que aún queda mucho por hacer.

Sabemos que los procesos de transformación no son lineales.

Por eso, la crítica y la reflexión son herramientas necesarias para corregir lo que haya que corregir y para enderezar el rumbo.

Gramsci fue el forjador del concepto de filosofía de la praxis: una relectura profunda del marxismo que desplaza el énfasis mecanicista y recupera la dimensión cultural, ética y política de toda transformación social.

Desde su celda —en manos del fascismo italiano, donde pasó más de 11 años y murió a los 46— escribió sus ideas más lúcidas, hoy reunidas en los célebres Cuadernos de la cárcel.

Allí propuso el concepto de bloque histórico: no como herramienta coyuntural, sino como articulación orgánica entre economía, cultura y poder. Un tejido de relaciones sociales, intelectuales y simbólicas que permite construir hegemonía antes de la toma del Estado.

También reformuló el concepto de intelectual: ya no como figura de élite separada del pueblo, sino como sujeto colectivo, situado y activo.

Cada grupo social —decía— puede producir sus propios intelectuales: el maestro de la comunidad, el dirigente barrial, incluso el cura del pueblo…

Todos aquellos capaces de interpretar el mundo para transformarlo.

Hoy, en pleno siglo XXI, su pensamiento sigue iluminando los desafíos de la organización popular, la disputa por el sentido común y la urgencia de construir un nuevo consenso político-cultural como condición previa para cualquier transformación genuina del poder.


Proyecto: #ACTANTES
Co-creación de ideas.
Diálogos visuales con la historia, la crítica y el futuro.
@Raull-Hal